CONTRA NATURA.

-No entiendo lo que ha pasado con Roge. Todo el tiempo que ha estado aquí, siempre solo… Ni una visita… y familia tenía, por lo que yo sé. ¡Pobres ancianos de los que nadie se acuerda y de quienes nadie se quiere ocupar! ¡Esto es contra natura!

Patrocinio defendía con estas palabras a sus ancianos, abandonados -según afirmaba- en la empresa de la cual ella se sostenía: una residencia para mayores sita en el Aljarafe. Ella, como muchas otras personas del humilde centro asistencial, sentía lástima por el solitario Roge, un sevillano que tras casi 50 años en Colombia había regresado a su tierra, cumpliendo así un deseo perseguido durante buena parte de su mal decidida existencia.

Rogelio (en adelante Roge) había nacido cuando sus padres ya no esperaban tener más hijos; conformes con el primogénito, este bebé vino a darles la sorpresa a los tres, pues sería su hermano, 15 años mayor, quien realmente ejerciera su tutoría, quien le celebrara los cumpleaños y otras fechas señaladas, irrelevantes para sus progenitores, y quien le aconsejara con sensatez durante su infancia y juventud, algo que nunca sirvió para nada. El chaval estaba decidido a equivocarse en cada etapa de su vida, eso sí, culpando siempre a los demás de todos sus errores.

Tan egoísta como depresivo, la mirada hacia el ombligo era su modus vivendi. De carácter triste y meditabundo, Roge fracasó en los estudios y en los diversos puestos de trabajo ocupados, así como con el par de novias que milagrosamente consiguió encontrar. Ambas lo dejaron por inmadurez y aburrimiento… y por tanto, ambas fueron nominadas con los más bajos calificativos que una mujer pudiera recibir. Sus escasas relaciones se reducían a los fanáticos como él de un añejo grupo de música, y su malhumor habitual lo drenaba a través de las redes sociales, en las que volcaba todas sus frustraciones. Otra vez más, el mundo tenía la culpa de su penuria económica y sentimental.

Casado su hermano mayor, cogió ojeriza a su mujer y -por extensión- a sus propios y únicos sobrinos… ¿Quién le habría mandado casarse? ¿Acaso no había escuchado nunca a su común padre, despotricando una y mil veces del matrimonio…? ¡Qué torpe había terminado siendo su pobre hermanito mayor…! Parecía satisfecho, sí, pero seguro que era porque su esposa le calentaba la cabeza con dejarlo sin nada en caso de divorcio, que eso era lo que hacían las muy putas.

Porque, además, su admirado progenitor le había contado en su momento, que la fulana esa que tenía engañado a su hermano le había plantado cara en una ocasión, y que él la había tenido que poner en su justo lugar, ese mismo que ocupaba su madre, y que estaba pensado para cada fémina: el silencio y la sumisión al hombre. ¿Qué se había creído la idiota? Menos mal que él le mostró la puerta, y que ella la cruzó para no volver jamás. ¡Además de puta, orgullosa, no te jode! Pobrecito papá, lo que tuvo que soportar. “No te cases nunca”, le aconsejó a él también numerosas veces, pero claro, el hombre (y él más) es el único animal que tropieza dos, tres, o cuatro veces en la misma piedra, y…

Ya con una buena edad conoció a la que más tarde se convertiría en su esposa: Luciana, una mujer algo mayor que él, originaria de Colombia, y de vacaciones por España. Roge, a pesar de su misoginia manifiesta, temía sobre todas las cosas quedarse solo en la vida, una vez que perdiera a sus padres, de modo que a sus 35 aceptó a Luci como un mal necesario. Luego la negaría, ofendería, y repudiaría junto a otros familiares varones, de pensamiento tan machista como el suyo. Tras dos hijos y un nuevo desempleo, ella volvió a su país, y él tendría que seguirla si quería continuar en la familia; esa era la condición. Total, en su tierra ya no le quedaba nadie, pues hasta su hermano cortó la comunicación, al certificar que Roge solo pretendía relaciones de a dos, no con toda la peña y menos con la cretina de su cuñada. A su querido padre no le hubiera gustado…

Roge, eso sí, se cogía un avión -de cuando en cuando-, para visitar a su madre y gastarse todo lo que podía y lo que no. Con la excusa de su cuidado, la expoliaba y le dejaba la pensión tiritando, para luego volver a Colombia y hacer lo propio con la madre de sus hijos. Parasitar aquí y allí: en eso consistía su vida. En eso, y en culpar a propios y extraños de sus miserias y su “mala suerte”. Se encontraba obligado a vivir en un lugar que odiaba, pero un día cualquiera -se mentía-, cuando se le cruzaran los cables, se divorciaría y volvería a su casa… con alguno de sus primos, claro, que una vez fallecida su madre, ya no había casa a la que volver, ni dinero con el cual gastar.

Ellos, sus primos, también cansados de resolverle problemas y prestarle billetes sin vuelta, acabaron dejándolo solo en sus escapadas a Sevilla, y a su ciudad ya solo regresaba para intentar revivir su soltería y poco más. “No te cases nunca…” ¡Cuánta razón tenía su padre, cojones!

A los 80 años, viudo y con dos hijos mayores que no le dirigían la palabra por el maltrato psicológico infligido a su madre, Roge recogió sus pocas pertenencias y voló definitivamente a su tierra, donde aún le quedaba un amigo que también le había ayudado en innumerables ocasiones. Mauro le acogería en su casa, sin dudarlo, y allí se presentaría para darle una grata sorpresa. ¡Por fin volvía a España! ¡Por fin! Este, su íntimo de la infancia, sería el encargado de ingresarlo en el centro donde Patrocinio protestaba:

-Ha muerto solo, ¡solo! Todo el tiempo que ha estado aquí, siempre en soledad… Ni una visita… Ni sus hijos o sus sobrinos han aparecido jamás. ¡Egoístas, que eso es lo que son, con lo que este hombre habrá hecho por ellos! ¡Pobres ancianos de los que nadie se acuerda y de quienes nadie se quiere ocupar! ¡Esto es contra natura!

 

ENAMORARSE (Brevería).

Prenderse en el fuego de los quince, la frescura de los veinte, la templanza de los treinta… y mantenerlo al punto por siempre. Enamorarse, también, con la sorpresa de la madurez y el agradecimiento de la edad adulta; vivir con el deseo entregado a la voluntad del otro desde el inicio, o con el replanteo, tal vez, de una suerte establecida y la predisposición de una rutina mejor.

Ensimismarse en esos ojos que ya son tuyos, y por los que ves aún con mayor claridad; desear -como don Félix- que su cielo quepa en el espacio de tu infierno, y que su sonrisa provoque tu desmayo con tanta certidumbre como tu resurrección. Enamorarse es vivir. Y morir…

Porque sabes que la miras y mueres -dice don Mario- y peor que mueres si no la miras. Porque has decidido quitarle coraza al corazón y ofrecerle una tibia oportunidad; un empréstito que le permita sentir tan adolescente como eso sea posible. Y sabes que no lo es, pero se te olvida. Con ella, con él, se te olvida hasta tu nombre, cómo no tu sino y el gris. Solo tu amor permanece, e insiste ante la terquedad de la verdad más dulce.

Enamorarse con el nublado eterno del sol -don Gustavo Adolfo- y pensar que toda desgracia sucederá, sin duda, antes de que llegue el fin de la pasión, absurda muerte incluida. Se ama -te dices- con el alma, y esta es imperecedera como los sueños, como las ilusiones, como los recuerdos, y como lo fue ese rayo que te dejó estaqueado en mitad del patio -¡ay, don Julio!- y te meció al compás de un sentimiento tan cierto como increíble.

Tener la boca amarga -don Antonio- sin haber mordido, y aún más amarga tras su muerdo.

Esto es todo, llegó el amor, no es hora de pensar.

 

MANIFIESTO PERSONAL ATEO.

1. Mi posición ante la existencia
No creo en un dios, ni en un alma inmortal, ni en una vida más allá de esta. Y sin embargo, estoy aquí, despierta, viva, consciente.
No necesito certezas sobrenaturales para maravillarme con el misterio de estar viva. ¡Estoy a pesar de la improbabilidad!
Soy un instante en el universo, y eso me basta.

2. Sobre la vida y el presente
Vivir es breve.
Tal vez por eso cada momento tiene un valor que la eternidad no conoce.
El ahora no es un pasaje: es el hogar.
La belleza está en los detalles: una conversación, una mirada, un silencio compartido.
No tengo más que este presente, y ese es el auténtico regalo.

3. Sobre el amor, el vínculo y el legado
No necesito la promesa de un reencuentro eterno para amar profundamente.
El amor es real porque ocurre aquí, y deja huellas incluso cuando termina.
Vivir es tocar otras vidas, aunque sea de forma sutil.
Mi legado son mis hijas y mis libros. No encuentro otro más bonito.

4. Sobre la vejez, el cuerpo y el tiempo
Mi cuerpo cambia, se desgasta, se vuelve más lento. Pero también se vuelve más sabio.
Acepto la vejez como parte del viaje, no como una pérdida, sino como una transformación.
La soledad no da miedo cuando te gustas. Cuando confías en ti. Cuando te has preparado. La compañía no se exige; se gana.
Haré todo lo que esté en mi mano, sin artificios, para mantenerme sana, útil e independiente.
Y cuidaré mi ilusión como un fuego suave, incluso en la penumbra.

5. Sobre la muerte y el final
La muerte no es amiga ni enemiga, es parte del ciclo.
No iré a ningún lugar, pero tampoco me perderé: simplemente dejaré de estar. Viviré en el
recuerdo, durante un tiempo. Mis letras quedarán.
No tengo miedo de la inexistencia, porque «ahí» ya estuve antes de nacer.
Cuando llegue el final, quiero haber estado presente, haber amado, haber mirado al cielo con asombro.
Y poder decir: fue suficiente. He conocido la plenitud.

6. Mi forma de vivir con sentido
Vivir con sentido no es seguir un guion: es escribir el mío. Y a mí me gusta escribir…
No busco un propósito dado o ajeno, sino uno construido.
Agradezco cada día no porque me lo haya dado alguien, sino porque lo tengo.
Vivir es un regalo sin dueño ni deuda. No es un préstamo a devolver con intereses.
Vivo sin idolatrías. Sin temor de dioses creados para el consuelo. Tengo la valentía de aceptar la vida finita, sin más.

7. Sobre el asombro
No necesito milagros para sentirme maravillada, y no creo en ellos.
El universo, sus estrellas, el pensamiento humano, la risa, la música, el tacto, la ternura, y tantas otras cosas… son suficientes.
No creo en lo sagrado, pero sí en lo precioso.
Lo que está aquí, lo que puedo oír, ver, tocar, sentir y amar, ya me ofrece todo lo que necesito para asombrarme.

Y eso es una forma de eternidad en un instante.

MdC

Platero y yo. Mi experiencia.

Hoy te voy a hablar un poco del tema editorial, según mi experiencia. El pasado agosto de 2024 intenté publicar -por última vez- con una editorial sevillana, tras el fiasco con las dos editoriales mías anteriores (una de Madrid y otra de Barcelona), por no hablar de otras tantas empresas (llamarlas editoriales es demasiado cumplido), grandes y pequeñas a las que podría dedicar un libro gordo como el de Petete (que me autopublicaría, indefectiblemente). Fue la casualidad o la serendipia, lo que me acercó a Platero Editorial (o Platero CoolBooks, que es lo mismo), y aunque yo venía muy escéptica de entrada, al ver su buen proyecto, la apuesta por los nuevos autores sin coste por la edición, su cercanía geográfica para mí, la amabilidad que transmitía su editora en Instagram, y las buenas opiniones reseñadas, me dije: «esta va a ser». Por las que hilan, esta va a ser…

En su página hay un apartado titulado «¿Cómo puedes publicar tu obra?», explicándote los tres pasos que debes seguir como autor.  Luego, te indican cómo sigue el proceso: tras recibir tu manuscrito y demás datos personales, realizan una primera evaluación, y en el caso de que tu obra se considere un posible proyecto editorial, te enviarán un cuestionario para que lo rellenes, a fin de saber si -definitivamente-  publican el libro, o no. Es decir, que si te mandan el cuestionario, es porque ya han visto potencial en tu trabajo. Has pasado el primer examen (el único que debería importar).  Finalmente, una vez relleno el formulario, lo devuelves a la editorial y ellos deciden si todo está o.k., para sacar tu libro al público. Hasta ahí, todo genial.

Pues bien, yo envié el manuscrito, los datos, todo lo pedido, y recibí el cuestionario. ¡Eureka! -me dije, a pesar de la mucha experiencia acumulada en estas lides-. Esta va a ser -me repetí, ingenua-.  Y hete aquí que fui sincera, asertiva y honesta, y a la mayoría de preguntas del test -casi todas encaminadas a saber cuánta audiencia/seguidores/fanes/público/ventas tendría- dije la triste verdad*: estoy más sola que la que se perdió en la isla. Tengo 100 seguidores en Instagram, cero contactos, menos cero padrinos, ningún avalista, a la presentación iría mi madre,  y -además- les dije que pensaba que esa era labor editorial.  Si yo escribo, yo promociono, yo busco público y seguidores, y yo vendo… ¿para qué puñetas quiero una editorial? ¿Para darle la mayor parte del importe de cada libro? ¿Como imprenta? En fin, intuyendo que la burra me la iba a quedar yo (y no se iba a llamar Platera), les prometí dar de mí todo lo posible para mejorar esos seguimientos, y ese interés del público en el futuro libro. Me puse a su disposición sin reparos, pero respondiendo solo por mí, por nadie más. Ya he pasado por eso y no repito así me lo mande el médico…

¿Conclusión? Sin respuesta. Y eso que la reclamé, haciendo gala una vez más de ingenuidad (a la reclamación mintieron/contestaron diciendo que no habían recibido el cuestionario (¿?), que reenvié…). Pues sin respuesta una vez más. Esa fue mi experiencia, y aquí la dejo porque me resulta penoso que los autores valgan lo que sus seguidores, que la gente valga según lo que pueda o sepa vender, que la escritura sea lo menos importante, y que la hipocresía, el exhibicionismo en redes, y lo polémico que resultes, mande sobre todas las demás cuestiones en un formulario.

Y lo hago porque pocos autores se quejarán de estos tratos, pensando que no deben crearse enemistades ni en el infierno… Yo vengo de vuelta de todo ese teatro y puedo hablar con claridad. Y puedo probar todo lo dicho. Ya no busco imprentas, ni empresas, ni negocios con alto afán de lucro. Ya no permito que jueguen con mis ilusiones, y ya no mendigo la atención de nadie bajo presión. Estoy en mi segunda etapa…

«DEMENTALES» lo publicaré yo, con ayuda casera, por supuesto. Y «CONTARÉ HASTA DIEZ» lo regalo en este blog.  Un saludo a la empresa Platero, y un abrazo fuerte a ti que me has leído.

(*) En el cuestionario fui menos jocosa y más profesional. Pero la esencia era la misma.