VIDAS ENCONTRADAS. VIDAS SEPARADAS.

VIDAS ENCONTRADAS. VIDAS SEPARADAS.

 

    Hoy  tocaría  aniversario. Aquel encuentro fortuito de un pasado mes de diciembre, en plena calle abarrotada y festiva, la había llevado a la situación presente: Salomé veía al fantasma de su amor secreto por donde quiera que iba…

    Compartiendo un café bien cargado de química, se habían mirado a los ojos como si de pronto pudiesen ver, cada uno en los del otro, su infancia inacabable. La tierra prometida. ¿Cómo habría de continuar la historia…?

  Salomé se lo estuvo preguntando durante todo el año siguiente. Hoy no, mañana sí, pasado tal vez… Doce meses de correos electrónicos, mensajes de móvil, llamadas inquietantes, toques de adrenalina… Dudas y más dudas. Insomnio, propuestas, proposiciones, coqueteos, necesidades. La ansiedad de sentirle se volvía violenta y acuciante, pero estaba tan bien aleccionada… Sería no.

    Raúl, discreto, se retiró con elegancia, aunque aún contactaba con su alma gemela para felicitarle el cumpleaños, preguntarle por su familia y desearle feliz año nuevo. En eso había quedado el paraíso. En nada. El grillo de su conciencia alardeaba de ello, mientras abandonaba a su dueña a la más triste de las existencias. Ningún insecticida habría podido acabar con él, sin intoxicarla a ella a un tiempo. La salud es lo primero, se decía como consuelo…

    Y hoy habrían cumplido cinco años de felicidad: se trataba del 22 de diciembre, día de la Lotería de Navidad… ¡Qué burlón resultaba, a veces, el destino! Salomé había obtenido el primer premio y lo había tirado a la papelera. Destierro para él, muerte en vida para ella.

    Contemplando un sol radiante, decidió rehacer el camino: si su destino era ése, debía gozar de una segunda, ¿tercera? oportunidad. Esta vez sería sí. ¡Y al diablo con todo!

    Una calle plagada de hostales, de tiendas de recuerdos, mantones, cafeterías… Se detuvo a las puertas de aquélla donde habían viajado en el tiempo, hasta que un anacrónico camarero la devolvió a la realidad.

    –Puede sentarse si lo desea, señora. ¿Qué le traigo?

   Salomé no dijo nada. Una repentina bajada de tensión fue la causante, finalmente, de su ingreso en el hospital más cercano. Parecía más grave de lo que resultó ser… como lo era todo, a la postre.

    Al lado de la cama, esperando unas pruebas rutinarias, su marido le apretaba fuerte la mano. Ella lo miró y lo advirtió borroso. Mareada y confusa, pero contenta, volvió a ver a quien no debía.

    -¡¿Raúl…?!

    Y su marido, cuyo nombre empezaba por jota de jodido, comprendió resignado lo que había estado evitando ver, y asintió. Merecía la pena observar, aun cuando fuese por última vez, la maravillosa sonrisa de felicidad de la mujer de su vida.

 

Foto para el relato: Ricardo Acosta.