AZUL FELICIDAD
-¡Me muero por comenzar mi relato! ¿Querrá usted creer que incluso estoy algo nerviosa? A ver por dónde empiezo… ya sabe que este viaje era muy importante para mi vida en general, y mi salud en particular. Recordará también que lo llevaba planeando durante meses, y que todo estaba programado para conseguir la escapada de mis sueños… Pues bien, me satisface poder confirmarle que así ha sido con total exactitud: he disfrutado de mi aventura y, durante un fin de semana, he sido la mujer más feliz de la tierra.
Beatriz Falcón, una joven sabedora de ilusiones y ansiedades a partes iguales, parlotea sin contención nada más entrar en la habitación pintada de un verde suave. Mira a su alrededor, sin dejar de hablar, y acepta la indicación de sentarse en la que parece una confortable butaca. Cruza las piernas y agarra con fuerza los brazos del asiento, para tomar impulso y continuar su historia. El entusiasmo es evidente.
-Unos días antes de salir con rumbo a la Costa del Sol, me encargué de poner a punto mi coche, y así pedí cita en el taller, pues no quería de ningún modo que una avería inoportuna malograra el tan ansiado viaje. Una buena lista, con todo lo necesario para incluir en la maleta sin estrenar, consiguió que no me dejara nada olvidado. ¡Mujer previsora vale por dos! Transporte y equipaje resueltos, ya solo restaba prepararme yo, y para ello acudí a un centro de belleza, donde me convirtieron en la mujer resplandeciente y segura que al día siguiente madrugaría para comenzar su peregrinaje.
Ese viernes vacacional abrí los ojos al alba, con la misma ilusión y alegría que cuando de niña era visitada por los Magos de Oriente; ¡casi salté de la cama! Me duché y vestí con la rapidez de la impaciencia, me recogí el pelo en una cola de caballo, bebí un sorbo de café y mordisqueé una tostada mal untada de mantequilla… pude notar cómo el corazón se me enamoraba con cada paso dado y -finalmente- calcé mis mejores y más cómodas sandalias. La maleta me seguía decidida, pues así lo estaba yo. Y como ella, como el coche, como el viaje, como el cuerpo y la mente, todo iba yendo sobre ruedas…
Sentí placer al conducir y escuchar a la vez mi música favorita, elegida para la ocasión, y el camino hasta la primera parada en el pueblo costero de Mijas, en Málaga, se me hizo más corto de lo imaginado. Logré encontrar, sin dificultad, el pequeño hotel reservado a un lado de la carretera, y su amplio aparcamiento público me facilitó la llegada hasta la recepción. El lugar, paradisíaco podría decirse sin novelerías, se encontraba rodeado de inmensos campos de golf, y el cuidado verde del paisaje limitaba con unas montañas prodigiosas que hacían recordar otros parajes europeos más gélidos y distantes. Aquello, sin embargo, era cálido y fresco a la vez, acogedor y perfecto. Desde mi terraza podía observar la piscina, el inagotable césped y al fondo -triunfante- la sugestiva sierra. El Mediterráneo me esperaba a muy poca distancia, también. ¿Qué más se podía pedir?
Disfruté de un relajante baño en la piscina del hotel, aprovechando la ausencia de otros turistas, y luego leí un rato en una de las numerosas hamacas que rodeaban la zona acuática, al amparo de la enorme sombrilla azul que hacía juego con mi bikini. También con el agua y el cielo. Con mi existencia perfecta en ese justo instante. A mí la vida, en aquel momento preciso, me parecía de un cursi pero ideal “azul felicidad”… Luego volví a la habitación y me arreglé para bajar a la playa y tomar una copa en algún local situado en la misma arena, a pocos metros de la orilla del mar. Si digo que todo me parecía un sueño, aún me estoy quedando corta. Lucí mis vaqueros, azules y deshilachados, y una camiseta turquesa un tanto atrevida. En la cabeza llevaba un sombrero de paja que me otorgaba un aspecto extranjero de lo más original. Mi piel y ojos claros contribuían al equívoco, y resultó divertido conversar con algún lugareño confundido y pródigo en galanterías… Creo que no solo viajé en carretera: ¡viajé en el tiempo! Nunca me había sentido más joven que en aquellos tres días de vacaciones.
Beatriz acomoda su postura en la butaca, redirige la mirada hacia el techo de la habitación, y sonríe rememorando cada instante de su escapada en solitario. Busca nuevos detalles que aportar a su relato, que por momentos resulta algo cargante, y da un pequeño sorbo al vaso de agua que han colocado frente a ella, en la mesa compartida. Está interpretando la felicidad, que según ella es azul. Y sin abandonar su sonrisa continúa.
-Tras dormir profundamente como no había hecho en años, a la mañana siguiente proseguí mi camino por otras localidades de la costa, y así conocí Estepona, Marbella, Fuengirola, Benalmádena, Torremolinos y Nerja, en cuyo balcón mirador, reconvertido en restaurante italiano, pude almorzar el domingo como fin a mi periplo malagueño. A la vuelta, y gracias a mi acumulada afición lectora, reconocí sin problemas la Peña de los Enamorados, en el municipio de Antequera, y sentí cierta tristeza al recordar la leyenda que vinculaba la vistosa montaña con una infortunada pareja que desde allí se arrojó, huyendo de los soldados enviados por el padre de la chica, una princesa mora, con el objetivo de impedir su amor. Tristeza, sí, y también nostalgia por ir dejando atrás los mejores días de mi vida. Y… ¡bueno, creo que eso es todo!
Tan excitada como satisfecha de su perorata, la joven Beatriz se retoca presumida el peinado y endereza su postura en la butaca, aguardando con ilusión e impaciencia el veredicto.
-Muy bien, Beatriz. Aun cuando tu lenguaje es algo recargado, si te soy sincero, me has convencido. Has conseguido hacer tu sueño maravilloso y creíble, no solo para ti, sino también para mí. ¡Me has contagiado tu entusiasmo! Ahora estás preparada. Recuerdas el próximo paso de nuestro programa, ¿no es cierto?
-¿El número doce? Llevarlo a la práctica, doctor, pero…
-Sin excusas, querida. Ya la mente ha terminado con tu miedo a los espacios abiertos. Con tu miedo a viajar sola. Con el que te impide relacionarte con normalidad. Ahora solo queda el paso final: hacerlo todo realidad, tal y como lo has deseado, soñado, novelado y descrito. Debes enfrentarte físicamente con lo que ya no existe en tu psique. Será pan comido, Beatriz.
-Tiene usted razón, doctor. Me siento fuerte y convencida: en cuanto vuelva a mi casa hago la reserva en el hotel, pido cita en el taller, en el centro de belleza… ¡Ya sabe!
-¿Preparada para el “azul felicidad”, Beatriz?
-Preparada. Un millón de gracias, y hasta siempre.